En el debate sobre el clima, ¿cree usted que el cambio climático es la crisis más urgente que enfrenta la humanidad y requiere, por lo mismo, gasto público ilimitado? ¿O todo ello se trata de una mentira diseñada para justificar el socialismo y nada está pasando?

Aparentemente sólo existen estas dos opciones. Cada vez que alguien argumenta por una “tibia” tercera vía –el cambio climático es real pero lento, parcialmente debido al hombre pero también susceptible a factores naturales, y puede ser peligroso pero seguramente no lo será– es atacado desde ambos lados.

Sin embargo, si se leen reportes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) desde 2010 en adelante se verá que incluso sus autores están caminando de puntillas hacia el medio moderado. Admiten que han habido al menos quince años de temperaturas estancadas, las que no predijeron ni pueden explicar. Conceden, aunque a regañadientes, que a lo largo de tres décadas, el calentamiento ha sido mucho más lento que lo que se había predicho. Han bajado sus estimaciones de sensibilidad climática “transitoria”, que indica de manera general cuánto aumentará la temperatura hacia fin de siglo, a 1-2.5C. Conceden que el nivel del mar está aumentando cerca de un pie por siglo pero que no muestra signos de aceleración. Reconocen que no ha habido cambio medible en la frecuencia o severidad de las sequías, inundaciones y tormentas. Ya no predicen millones de refugiados por consecuencias climáticas en el futuro cercano. Han debido rendirse sobre un empeoramiento de la malaria, casquetes de hielo antártico colapsando o grandes erupciones de metano del Ártico. La charla sobre los puntos de inflexión ha desaparecido.

Han llegado a estas conclusiones un poco tarde. Si hubieran estado preparados para oír a los templados y escépticos como Steve McIntyre, Ross McKitrick, Pat Michaels, Judith Curry y otros, no hubieran tenido entonces que luchar a último minuto con explicaciones ad hoc.

La guerra climática se ha polarizado completamente. Si alguien expresa una sombra de duda acerca de la posibilidad de un calentamiento catastrófico, se lo acusa de ser un tonto sin corazón con posibles tendencias a negar el Holocausto. Los escépticos son “personas verdaderamente malditas” ha dicho el senador estadounidense Tim Wirth. Los blogs escépticos más populares -como Wattsupwiththat en Estados Unidos, Bishop Hill  en el Reino Unido, JoNova en Australia y Climate Audit en Canada– no son leídos ni de lejos por los ambientalistas quienes continúan acusándolos de “no creer” en el cambio climático. Nada podría ser más lejano a la realidad: la mayoría piensa que el cambio climático inducido por el hombre es real, sólo que no muy aterrador. De paso digamos que cambio climático es el nuevo lema. La gran tragedia que nos esperaba a principios de la década del ´90 era el calentamiento global. Con el tiempo, sin embargo, resultó más conveniente utilizar un concepto –cambio climático- que permitiera achacarle la culpa de cualquier fenómeno climático que ocurriera al capitalismo, a la energía, a los empresarios, a los refrigeradores, autos o aires acondicionados. Todo en nombre de salvar a la humanidad reclamando para ello una parte importante de los recursos que aportamos todos.

Hemos entibiado el mundo y probablemente lo entibiaremos aún más. Pero el dióxido de carbono por sí mismo no puede causar una catástrofe. Para ello se necesitaría una triple amplificación vía extra vapor de agua, lo que no está ocurriendo.

Desde luego no podemos esperar una conversión de la posición del IPCC hacia esta tercera vía del entibiamiento global, menos aún ver frenarse el tren que mantiene a tantos activistas en trabajos muy bien pagados, científicos en laboratorios bien financiados e inversores renovables en beneficios subsidiados.

Sin embargo, necesitamos una conversación madura sobre la posibilidad de que si el clima se calienta a las tasas esperadas por el IPCC, podría ser más beneficioso que perjudicial por lo menos por los próximos 70 años: estaciones de cultivos más largas, menos sequías, menos muertes por frío (las que por lo demás, exceden ampliamente las muertes de verano aún en los países más cálidos) y un enverdecimiento global del planeta. Fotos satelitales muestran que para el período 1982 – 2011 el 31% del área vegetada del mundo se volvió más verde y 3% menos marrón. La causa principal: el dióxido de carbono.

Tal como le dijo la profesora Judith Carry, de la School of Earth and Atmospheric Sciences en el Georgia Institute of Technology, quien solía estar alarmada pero no lo está más, al IPCC: “una vez que sorteen la incertidumbre en las estimaciones sobre la sensibilidad climática, háganlo saber… y también déjenos saber si encuentran alguna solución a este ‘problema’ que no sea peor que el potencial problema en sí mismo”.

Los agoreros climáticos debieran estar convencidos a estas alturas. Como dijimos, la observación empírica y científica muestra que la falla de la atmósfera en calentarse como se había predicho obedece a una simple pero gran razón: ha habido menos de medio grado de calentamiento global en cuatro décadas –y el ritmo ha disminuido, no se ha acelerado.

Se sabe también que existen problemas con los modelos matemáticos. Cualquiera puede hacer una predicción. Lo difícil es acertar. En el caso asumen una retroalimentación amplificada en la atmósfera, principalmente a través del vapor de agua en la que el dióxido de carbono es solamente la mecha, responsable de cerca de un tercio del calentamiento predicho. Dada esta condición, los tan usados amplificadores son altamente inciertos.

Por otra parte, si uno mira la historia de predicciones pasadas acerca del apocalipsis ecológico en los últimos cincuenta años, explosión poblacional, agotamiento del petróleo, extinciones de elefantes, pérdida de la selva, lluvia ácida, la capa de ozono, desertificación, invierno nuclear, agotamiento de recursos naturales, pandemias, caída en el número de espermatozoides, polución pesticida cancerosa y demás, en todas se verifica un patrón consistente de exageración: ni uno solo de los casos planteados fue tan malo como había sido predicho en su momento. Como muestra, valgan algunas frases célebres del primer Día de la Tierra que se celebrara el 22 de abril de 1970 y que diera nacimiento al movimiento ambientalista moderno:

“El mundo se ha estado enfriando agudamente los últimos 20 años. De continuar la presente tendencia, el mundo será cerca de cuatro grados más fríos para la temperatura media global en 1990 pero 11 grados más fríos en el 2000. Esto es el doble de lo que se necesita para ponernos en una era del hielo”. Kenneth Watt, ecologista.

“Estamos ante una crisis medioambiental que amenaza la supervivencia de esta nación y del mundo como un lugar posible para la habitación humana”. Barry Commoner, biólogo de la Universidad de Washington.

“El hombre debe frenar la polución y conservar sus recursos, no solamente para mejorar su existencia sino para salvar la raza de un deterioro intolerable y de su posible extinción”. Editorial del New York Times, el día después del Primer Día de la Tierra.

“Hacia 1975 algunos expertos sienten que la escasez de comida habrá escalado hacia hambrunas de proporciones increíbles. Otros expertos, más optimistas, piensan que la gran colisión de la población por comida no ocurrirá sino hasta la década del 80”. Paul Ehrlich, biólogo de Stanford University.

“Los científicos tienen evidencia experimental y teórica sólida para asegurar que en una década los habitantes de ciudades deberán usar máscaras de gas para sobrevivir a la polución ambiental… hacia 1985 la polución ambiental habrá reducido la cantidad de luz solar que llega a la Tierra a la mitad”. Life Magazine, Enero 1970.

“La polución ambiental ciertamente cobrará cientos de miles de vidas en los próximos años”. Paul Ehrlich, biólogo Stanford University

“El Dr. S. Dillon Ripley, secretario del Instituto Smithsonian, cree que en 25 años, entre 75 y 80% de todas las especies de animales vivientes se habrán extinguido”. Senador Gaylord Nelson.

Esto no convierte a cada nueva predicción de apocalipsis en errónea, pero sí alienta cuando menos el escepticismo.

Lo que vino a sellar la duda sobre la alarma climática fue la extraordinaria historia del famoso “gráfico del palo de hockey”, sobre el que se basó toda la propaganda del calentamiento global de fines del siglo XX, incluida la película de Al Gore y el consenso científico del IPCC. Dicho gráfico pretendía mostrar que las temperaturas actuales eran más altas y que cambiaban más rápidamente que en cualquier momento de los últimos mil años. Pero tal como Steve McIntyre, Ross McKitrick y otros han mostrado, y ha sido confirmado por la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, el gráfico del palo de hockey depende de mediciones hechas sobre dudosos conjuntos de anillos de árboles, puesto que solo existen temperaturas globales medidas desde 1850, usa filtros estadísticos inapropiados que exageran cualquier repunte climático del siglo XX  y no incluye a más de dos siglos de la Edad Media con su famoso «óptimo climático» durante los que las temperaturas fueron mucho mayores que las actuales.

Pero quizás lo más shockeante fue la reacción del establishment científico a estas críticas: pretendieron que nada estaba mal. Y luego vino la inundación de emails filtrada en el 2009 que mostraba intrigas científicas para ocultar datos, evitar que se publiquen papers, despidos de editores de journals y evasiones sobre peticiones de libertad de información, mucho de lo que los escépticos habían estado alegando.

La visión del entibiamiento global es consistente con el “consenso” entre científicos, tal como queda representado en los reportes del IPCC. Éste gira alrededor de la idea de que el cambio climático está ocurriendo, no que va a ser peligroso. Uno de los últimos reportes del IPCC da un rango de estimados de futuro calentamiento, desde inofensivo a espantoso. Los pronósticos de quienes propician el entibiamiento indican que el calentamiento será de un grado en este siglo, lo que encuadra perfectamente dentro de los posibles resultados del rango del IPCC. Sin embargo, la mayoría de los políticos utilizan exclusivamente el rango máximo del IPCC y declaran al cambio climático quizás “como el arma más temible de destrucción masiva del mundo” (John Kerry), requiriendo el gasto de trillones de dólares. Suena a grotesco, en un mundo lleno de guerras, hambre, enfermedades y pobreza.

Las políticas propuestas para combatir el cambio climático, lejos de ser un modesto seguro, están probando ser ineficientes, caras, dañinas para los pobres y malas para el medio ambiente: estamos demoliendo selvas para cultivar biocombustibles y destrozando yacimientos de carbón para instalar molinos de viento que de todos modos necesitan el apoyo de combustible fósil. Estas políticas no logran asegurar mayor confort para nuestros nietos y se están financiando a costa de los actuales pobres.

Quizás una buena explicación de esta conducta reacia de parte de la comunidad científica para tratar el tema de cambio climático con mayor imparcialidad se encuentre en los números. El dinero de los subsidios que reciben quienes alarman sobre el cambio climático ha crecido enormemente en las tres últimas décadas, es casi inaccesible para los escépticos y se derretiría como nieve en verano si los científicos fueran más honestos con relación al entibiamiento. Es cierto que estos científicos no se hacen ricos, pero no es menos cierto que ven desviar hacia ellos grandes flujos de dinero desde los contribuyentes que de otro modo no recibirían ni en sueños.

Tal como Jo Nova, uno de los escépticos ha señalado luego de una investigación sobre las sumas involucradas: “todo lo que pudo encontrar Greenpeace en Exxon fueron 23 millones donados a los escépticos a lo largo de una década, mientras que la mina de oro que representa el cambio climático catastrófico obtuvo $2000 millones de dólares de la misma empresa, cada año” en el mismo decenio. Solamente el gobierno de los Estados Unidos ha gastado 79 mil millones desde 1989 en políticas relacionadas con el cambio climático, incluyendo investigación en ciencia y tecnología, administración, campañas educativas, ayuda internacional y exenciones impositivas.

Atacar la energía -como pretenden los científicos y políticos dedicados a publicitar catástrofes debidas al cambio climático- es atacar el corazón del progreso de la humanidad y lo que ha permitido a millones de hombres salir de la pobreza. Es de la esencia del ser humano modificar su medioambiente y por lo mismo no hacerlo nos desnaturaliza. La vida modifica el medio ambiente. El oxígeno que hoy respiramos probablemente fue producto de la vida que lo produjo hace millones de años en un ambiente en que el oxígeno no era abundante. El manejo del fuego de parte de la humanidad que se remonta probablemente a cientos de miles de años hizo que nuestros antepasados modificaran también la faz de la tierra. Del desarrollo de la agricultura se puede decir lo mismo. Aunque el fuego y la agricultura hayan modificado el medioambiente, no parece razonable pedir el fin de su uso y hacer una apología buscando excusas y perdones de quienes los utilizan. Recordemos que además de nosotros hay muchas otras especies que han sido exitosas y que han modificado el medioambiente. Tal el caso de las hormigas, las que probablemente constituyen una masa de materia viva del mismo orden de magnitud que toda la humanidad y otra sería la ecología del mundo sin ellas.

No es de extrañar que políticos y figuras destacadas se suban al carro de salvar a la humanidad bajo el lema de evitar el cambio climático, ya que así la gente olvida su incapacidad o falta de interés para resolver los problemas más simples que deberían estar a su alcance y que nos afectan a todos. Y a la par es inevitable que aparezca un recelo inmediato ante este tipo de situación porque la historia indica que la urgencia por salvar a la humanidad de alguna catástrofe ha sido esgrimida casi siempre como una cara falsa para poder dirigirla.

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