La victoria de Sebastián Piñera frente a Alejandro Guillier ha provocado variados análisis políticos sobre los errores de nuestra derrotada campaña, algunos de ellos bastante evidentes. Pasadas algunas semanas de la elección, vale la pena completar el debate mencionando en qué no se equivocó la candidatura de Guillier.

Una pequeña constatación: Quienes participamos en la campaña de Alejandro Guillier tomamos un candidato que un par de años antes de la elección trabajaba casi solo, con un pequeñísimo grupo de colaboradores, sin recursos y sin estructura. Sin embargo, destacaba por sus altos índices de adhesión, tenía una imagen de probidad y cercanía con la gente importante, y era, por lejos, una de las personas más creíbles del país.

Guillier fue en algún minuto el símbolo de la renovación en las formas de hacer política y le faltó una campaña que profundizara dicho atributo. Creo que ésa, precisamente, sigue siendo su misión en la política: acoger a una ciudadanía que quiere participar de las decisiones y que no encuentra los espacios para ello; que requiere un puente, una transición, hacia la deliberación política y legislativa. Los millones de personas que no votan deben aún sentir que pueden ser tomadas en cuenta y que son parte del futuro de Chile.

Alrededor de un año antes de las elecciones llegamos a la campaña los asesores, los expertos, los dirigentes políticos, las estructuras y proclamaciones partidarias, los equipos programáticos. Entre todos, tomamos un candidato muy querido y lo transformamos en un liderazgo que con estrechez logró pasar de primera vuelta, y que luego fue protagonista de la misión imposible de ganarle a Piñera en segunda. Algunos de los líderes no perdieron oportunidad de dañar al candidato y de minar cualquier opción de unidad.

Entre todos, dejamos a Guillier con una sábana muy corta. O se tapaba los pies o se tapaba la cabeza, pero para el cuerpo entero no le alcanzaba. En ese contexto, existen al menos tres aspectos en los que no nos equivocamos.

Lo primero en que acertamos fue en nuestro candidato. Alejandro Guillier es el mejor de los nuestros. Honesto, confiable, interesado de verdad en ser parte de un diálogo ciudadano nuevo. Por algo fue el único disponible para representar a la coalición en crisis de un gobierno mal evaluado y a medirse en cualquier circunstancia. Hicimos campaña por un candidato que no estuvo dispuesto a decir cualquier cosa para ganar votos, que quiso ante todo ser honesto consigo mismo, incluso siendo políticamente incorrecto. Guillier ha buscado siempre hacer de la política una actividad más transparente y sencilla. Con errores, qué duda cabe, pero con un grado de buena fe y desprendimiento difícil de encontrar en otros. Para escándalo de algunos, declaró que quería hacer una campaña “a su manera”. Lo que estaba diciendo era que prefería perder con honestidad que ganar a cualquier precio. La política requiere más liderazgos éticos y no menos. Aunque circunstancialmente puedan no obtener buenos resultados.

Post elección, algunos quisieran ver a Guillier encasillado en el rol de oposición beligerante, atrapado en códigos partidarios, criticando con acidez al gobierno electo. Pero su aporte a la política es el diálogo bien intencionado, el análisis de las propuestas de buena fe, la búsqueda de mayorías duraderas.

Tampoco nos equivocamos en la interpretación del cambio que se ha producido en nuestra ciudadanía, más activa, empoderada y satisfecha con sus logros. Quedó claro el interés de muchas personas por participar, por aportar experiencia y soluciones, por ser parte y no espectadores de las discusiones. No son casualidad las 60 mil firmas de independientes genuinos que se sintieron convocados por Guillier. La dirigencia social y local, las juntas de vecinos, los centros de padres, las organizaciones gremiales y sociales, en general tienen opinión, quieren expresarla, quieren mantener su independencia, quieren participar en la política grande, influir en los destinos del país.

La intuición de Guillier se irá confirmando en los años que vienen, la política deberá salir de las cocinas y salones para extenderse hacia los patios y plazas. La gobernabilidad no estará dada por la capacidad de “consensuar” de las elites, sino por la capacidad de hacer fluir el poder ya instalado en la ciudadanía. Y en el Parlamento y los partidos políticos hay un trabajo grande que hacer para que esa dirigencia social acceda a la conversación política, al diálogo crítico sobre los proyectos de ley, a sentirse parte de los debates del país a futuro.

Si algo fue derrotado en diciembre fueron los estilos, las formas, la incapacidad de conexión de la llamada centroizquierda para conectarse con la ciudadanía empoderada y activa.

La fatiga evidente del sistema de partidos estuvo bien interpretada. No soy parte de una moda anti partidos. Milité en uno por 29 años. Conozco el trabajo político alejado de la caricatura de apitutados y mafiosos. Como dijo Guillier en campaña, sin partidos fuertes y ordenados no se puede gobernar. Pero con partidos desgastados, que no interactúan ni comprenden el liderazgo ciudadano, no es posible representar a la mayoría del siglo XXI. Los partidos deben ser puentes para el acceso de las organizaciones al poder, no plataformas de concentración de las decisiones.

Nuestra estructura de partidos fatigada, demasiado acostumbrada a echar mano a contingentes de funcionarios, no pudo desplegar una agenda de campaña propia. Muchos “puerta a puerta”, recorridos por ferias y búsquedas activas de votos en la calle dependían de la presencia y liderazgo del candidato. Los partidos vienen aprovechando las campañas para “estibar la carga” y solucionar su falta de vitalidad, y quieren llevar a los candidatos a afirmar a los convencidos. Eso puede ser bueno para los partidos, pero no permite ganar elecciones.

Numerosos dirigentes de la Nueva Mayoría, aún a semanas de iniciarse el nuevo gobierno, no terminan de comprender que ellos adhirieron a un candidato independiente. Algunos creyeron que, como en el fútbol, habían comprado el pase de un jugador para ponerle una camiseta. Todavía nos falta aprender en el progresismo a extraer todo el valor de nuestros líderes independientes sin querer cooptarlos, sin entrar en la pequeña repartición de cargos y cuotas, aceptando el aporte de todos, aunque no tengan carné de militantes.

Hubo algo deliberadamente rebelde en la campaña de Guillier: hacer la política de cara a la gente, dejar de lado los gestos para la prensa, acoger a todos como iguales, dejar en claro que todos valemos lo mismo. Cada cierto rato, los periodistas preguntaban si a los actos de campaña se había convocado especialmente a algunos rostros, como Ricardo Lagos, Carolina Goic o Beatriz Sánchez. La respuesta fue siempre la misma: “Todos están invitados, pero nadie es objeto de una operación especial. El que quiera, que venga”. Al cierre de campaña llegó Alberto Mayol.

Muchos han observado que en la conferencia de prensa del día posterior a la elección Alejandro Guillier estuvo solo y han querido ver en ello un gesto de abandono por parte de los presidentes de los partidos que lo apoyaron. Lo cierto es que a nadie se le invitó especialmente y a nadie se le pidió asistir. Llegaron Roxana Pey y Ximena Órdenes. Fue algo al azar y también algo natural. Lo que ocurrió ese día es que vimos un líder ejerciendo la política como la entiende, en diálogo directo con los ciudadanos, desprovisto de simbologías y ropajes especiales, actuando con la verdad.

 

Luis Conejeros Saavedra, periodista, ex jefe de prensa del comando de Alejando Guillier

 

 

FOTO: SEBASTIAN BELTRAN GAETE/AGENCIAUNO

 

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